ANGÓN
Y EL CASTILLO DE IÑESQUE
Que igualmente ha pasado a la historia como
“castillo de Inesque”, situado, nos dicen las antiguas enciclopedias, como a
media legua del lugar de Angón. Entre esta población y las aguas del embalse o
pantano de Pálmaces. Hoy diríamos que se encuentra a unos dos kilómetros y
media de la puerta del Ayuntamiento de Angón, desde donde se puede ir
perfectamente en vehículo por uno de esos caminos que conducen, a través de los
campos, a cualquier parte.
Claro está que si se pregunta a cualquier
vecino del pueblo de Angón por el castillo, mirarán escépticos a quien lo haga,
antes de aclarar que del histórico edificio no queda sino una informe mola de
piedras que, sobre un cerro, señalan su ubicación.
Angón es uno de esos pueblos que en la
actualidad, apartado de cualquier camino o carretera principal dormita al sueño
de la tan traída y llevada “España vaciada”. A pesar de que es un pueblo
hermoso, bien urbanizado, limpio, con aires serranos y que se asoma al valle
del río Cañamares. En tiempos todavía no muy lejanos, incluso después de que se
abriese la carretera que ahora le queda a trasmano, y que condujo a las
diligencias desde Madrid a la frontera de Francia, las diligencias daban su
correspondiente rodeo para entrar en Angón, como lo hacían con sus vecinos
Pálmaces o Negredo. Todos ellos mirándose a la cercana sierra de La Bodera, o
la estampa no muy lejana de los cerros de Atienza, a cuyo común pertenecieron,
mucho antes de que los reyes, caprichosos ellos, desgajasen de las tierras de
Atienza las de Jadraque, y con las de Jadraque las de Angón, para entregárselas
al manirroto, que diría Francisco Layna, de Gómez Carrillo de Acuña quien, a su
vez, y contradiciendo lo que el rey le ordenó, las traspasó al Cardenal Mendoza
a cambio de Maqueda y algunas fruslerías más.
Para entonces ya se había levantado, en lo
más alto de Angón y dominando el caserío y el valle, una de las iglesias más
significativas del románico de estas tierras, de la que en la actualidad apenas
quedan unos retazos y la portada, una de las portadas románicas más curiosas de
las habidas por esta, que es tierra en la que el románico se muestra en todo su
esplendor.
Sobre la clave de la entrada, en su arco más
exterior, de los tres que la forman, ornamentados con rosáceas y bolas,
tallaron los canteros las figuras de los padres Adán y Eva, en considerable
desproporción de formas, a la moda de los siglos XII o XIII. Eva cubriendo sus
vergüenzas con la clásica hoja de parra; Adán, con ellas colgando. Formando el
conjunto uno de los más hermosos tapices rocosos de los pueblos del entorno. La piedra ha resistido la
embestida de los tiempos, que ni la han mellado ni la han desbastado, como con
otras sucede. Quizá porque la piedra sea buena, de las canteras que sirvieron
para alzar algún que otro muro de la catedral de Sigüenza. Cuentan que la de
Angón era todavía mejor piedra que la de Oncerruecas, de donde se llevó para la
construcción del palacio de los duques de Guadalajara.
Decía nuestro ilustre académico don Manuel
Pérez Villamil que la piedra de Angón es caliza muy fina y fácil de trabajar con la cual están
labrados los mejores monumentos platerescos de la Catedral de Sigüenza. Su
finura es tanta que algunos han pensado que se trataba de estuco; sin embargo,
pruebas hechas, y además las cuentas de aquellas obras, existentes en el
Archivo del Cabildo, han demostrado que estas piedras proceden de Angón.
Como
las piedras de la primitiva iglesia, sin duda. Y de la que se levantó después,
a la moda del siglo XVII, grande como un día sin pan, y a la que se dotó de un
retablo acorde a su grandeza, que talló para admiración de los siglos el
retablista arandino Juan de Arauz, quien tanto se dejó ver por estas tierras en
los últimos años del siglo XVII y los inicios del XVIII, antes de que en
Sigüenza, en 1714, se despidiese del mundo.
ANGÓN Y EL CASTILLO DE IÑESQUE. UN LIBRO QUE NOS TRAE LA MEMORIA DE UN PUEBLO, Y DE UN CASTILLO. CONOCE MÁS, PULSANDO AQUÍ
ANGÓN Y EL CASTILLO DE IÑESQUE. UN LIBRO QUE NOS TRAE LA MEMORIA DE UN PUEBLO, Y DE UN CASTILLO. CONOCE MÁS, PULSANDO AQUÍ
Nunca fue Angón tierra de apretada
población. En tiempos de finales del medievo, cuando se llevó a cabo uno de
aquellos censos de la Corona de Castilla, por el 1530, sus vecinos no llegaban
al medio centenar, que hecha la suma y resta nos da algo así como 130 almas,
sin contar los párvulos. Número de habitantes que subió y bajó conforme a los
tiempos y las epidemias, que tenían la mala costumbre de diezmar a los pueblos cuando
menos se esperaba. Tras una de aquellas, de fines del siglo XVI, en el
siguiente, el Censo de la Sal que ordenó la real Majestad de don Felipe IV para
mandar a sus súbditos la cantidad anual de sal que debían obligatoriamente
consumir, Angón resultó con un censo poblacional de 160 almas, y con 1.429
cabezas de ganado de toda clase y uña, con lo que se ordenó al municipio un
consumo anual de 39 fanegas con algunos celemines.
Las cercanías de Hiendelaencina, Robledo y
La Bodera lo hicieron crecer un poco en población cuando en el siglo XIX
explotó la fiebre de la plata, que también llegó a estos lares, donde se
abrieron y cerraron no menos de una docena de pozos, de carbón, hierro y plomo
argentífero, que entonces se denominaba. No hicieron rico a nadie, ni a don
Isidro Encabo que fue el primero en registrar explotaciones, ni a don Baltasar
Dol, que vino de Francia en busca del sueño español, ni mucho menos a don
Eugenio Altuna, quien se empeñó en que bajo la Senda de la Sestoreja, se
encontraba un filón de oro; quizá por ello dio a su explotación un nombre
prometedor: “La Esperanza”.
Por aquellos años, los del sueño de la
plata, Angón alcanzó su mayor número de habitantes. A poco más y llega a los
cuatrocientos, veinte veces más de los que hoy tiene, que apenas supera la
docena, y continúa siendo un pueblo hermoso, elegante, bien urbanizado y
limpio, en el sexmo del Henares, de la tierra de Jadraque.
El Castillo y poblado de Iñesque
Que
también podríamos denominarlo Inesque, como anteriormente señalamos. Sucede que
el castillo, y la tierra que lo rodea, pertenecen al municipio de Atienza desde
más allá de los tiempos medievales por una de esas curiosidades que a los reyes
se les ocurren. Y Al rey que cedió la tierra al festón Carrillo se la cedió sin
el castillo y el poblado que lo rodeaba, que continuó perteneciendo a la villa
de Atienza.
El nombre de Iñesque viene dado porque así
se denomina en los últimos documentos oficiales del Ayuntamiento atencino,
cuando su entonces alcalde, don Vicente Castel Izquierdo, requirió a sus
vecinos, en la década de 1940, para que se pusiesen al día en aquello de los
pagos de la contribución. Los vecinos de Iñesque no eran los únicos que no
estaban al día en los pagos, los del despoblado de Recuencos, que no
encontramos por parte alguna, tampoco. Entonces, cuando lo del requerimiento y
señalización catastral, en 1946, a Atienza únicamente pertenecían los lugares
anexionados ya dichos de Recuencos, Iñesque, y el vecino Bochones, que trató de
escapar a la jurisdicción atencina para unirse a Casillas y la autoridad
gubernamental no se lo permitió.
Cien años atrás, en 1856, cuatro vecinos de
Angón, con tierras limítrofes con las de Iñesque, requirieron de la
superioridad que se pronunciase de una vez por todas y procediese al
amojonamiento de aquellas, ya que al parecer el consistorio atencino se
desentendía de ello, limitándose a ingresar los 265 reales anuales que cobraba
por la renta de las tierras. Lo curioso es que para sustentar el pleito
contrataron a don Cándido Gómez, que a la par que se manejaba en el mundo
judicial, hacía oficios de secretario para el consistorio de Atienza.
Para entonces ya había desaparecido
prácticamente el castillo de Iñesque, del que cuenta la historia fue uno de
aquellos que se levantaron para controlar las fronteras, cuando los reinos de
Castilla las tenían con los reinos moros.
A pesar de que lo principal de sus muros lo
derrumbaron los navarros que se asentaron por aquí en aquella casi interminable
guerra de los infantes de Aragón, que despobló por diez años la real villa de
Atienza; sus cimientos, y la espesura de sus muros nos indican como fue su
recinto, prácticamente cuadrado con torres redondeadas esquineras y fuerte
muralla en derredor. Basilio Pavón Maldonado le da una planta de sesenta metros
cuadrados.
Sus piedras, es seguro, sirvieron de
cimiento para otras construcciones. Dejándonos en mitad del campo el recuerdo
de un castillo imaginado, en los alrededores de una hermosa población que nunca
viene mal descubrir.
Tomás Gismera
Velasco
Guadalajara en la
Memoria
Periódico Nueva
Alcarria
Guadalajara, 10 de enero de 2020
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